Recolección de pensamientos sobre las reacciones al juicio Depp vs. Heard
No sé —no puedo saber— si Johnny Depp abusó de Amber Heard. Diré, mejor, que no sé si Johnny Depp abusó de Amber Heard de la forma que Amber Heard relata. Lo que sí sé es que, a tenor de los indicios, ni se me ocurriría asegurar que Johnny Depp no abusó de Amber Heard. En cualquier caso, este texto no busca analizar el veredicto ni establecer hipótesis acerca de lo que pasó o dejó de pasar en ese matrimonio, sino revisar algunas líneas argumentales que ha despertado el juicio.
Primero: alguien insoportable, alguien incluso vil, puede ser víctima. Que una persona te caiga mal, que sus expresiones faciales te resulten molestas, que sea infiel o vanidosa o altiva o hasta déspota, que en momentos de su existencia (o de su relación) actuara, de hecho, como un verdugo, no neutraliza la posibilidad de que haya sido, también, víctima. Los defectos o errores de una persona no la inmunizan contra los abusos. Los defectos o errores de una persona no justifican los abusos. Los abusos que inflige una persona no cancelan los abusos que sufre. Esto es una obviedad que, no obstante, olvidamos cada vez que importa.
Segundo: la única manera de salir "limpio" de un vínculo de maltrato es cortándolo en cuanto se produce una extralimitación o, por el contrario, adoptando un rol cien por cien sumiso. Si, como es habitual, continúas en lugar de romper, es difícil que la toxicidad no te contamine; cuando el código que se impone es la violencia, la violencia permea y transforma a quien la padece. Bajo presión, bajo tortura, reaccionas y respondes. La conducta de una víctima de maltrato no es, casi nunca, por completo pasiva, por completo pulcra, así que la pulcritud no puede ser condición sine qua non para considerar a alguien víctima.
Tercero: juraría que se tolera mejor el histrionismo en el hombre, la excentricidad y la egolatría, que cuando es la mujer la que cuenta con dichas características. A estas alturas nadie definiría a Amber Heard como una persona sencilla, pero es que Johnny Depp tampoco lo es; apuesto a que sus respectivas rarezas contribuyeron a que terminaran juntos, por lo que no parece razonable exigir ahora, y solo a uno de los dos, un carácter carente de aristas. Los seres humanos somos complejos, ¿por qué, entonces, el público no es capaz de aceptar esa complejidad (en especial, en mi opinión, cuando el sujeto observado es una mujer)? Obligamos a las víctimas a amoldarse a una idea preconcebida de lo que se entiende por víctima, a menudo ligada al concepto de buena mujer (pasado impoluto, docilidad manifiesta, futuro marcado por el acontecimiento): a la víctima no le basta con ser víctima, debe PERFORMAR la victimidad.
Cuarto, quinto, sexto (apuntes rápidos sobre asuntos discutidos estas semanas): que una mujer afirme que su ex no abusó de ella no demuestra nada concerniente al actuar de ese ex en relaciones previas o posteriores. Que alguien no parezca traumatizado (porque continúa con su vida, porque hace planes y los disfruta) no significa que no lo esté y, además, la ausencia de trauma no denota ausencia de abuso. Que alguien retome el contacto con su abusador tras haberse distanciado o, incluso, haberle puesto una orden de alejamiento es, lejos de incomprensible, bastante común. Me extendería sobre estos temas, pero no creo que sea necesario.
Séptimo: el juicio ha sido mediático en general e internetero en particular, lo que implica un lenguaje concreto que los onliners crónicos conocemos bien. Cualquiera que se haya visto inmerso en un beef sabe que la ley que impera es la del zasca (la verdad no importa tanto como el ratio, el regocijo de una masa alebrestada, el TOMA PALO). A golpe de edits de tiktok con música ad hoc, de memes caricaturizantes, de comentarios y likes, se encendía al espectador; un espectador que se contagia del furor colectivo y celebra, sobre todo, la humillación. Lamento insistir, pero la misoginia rampante propicia que caídas apoteósicas se festejen con singular entusiasmo cuando las protagonizan mujeres, más aún si hablamos de mujeres percibidas como inaccesibles (mujeres fuertes y guapas, con autoestima) alineadas con el movimiento feminista. Sería interesante examinar cómo la figura de Camille Vasquez, abogada de Depp, se presenta en esta narrativa como la alternativa, el reverso, la cara de la moneda a ensalzar; una suerte de superheroína salvando al hombre de la villana (contrarrestando así las acusaciones de machismo y ofreciendo al público incel un modelo con el que se siente cómodo).
Octavo: llama la atención que, en la era del contenido —en la que ocupamos gran parte de nuestro tiempo consumiendo producciones sobre casos en los que, en el pasado, la sociedad no estuvo a la altura—, nos resistamos a desarrollar herramientas para abordar la realidad de manera que, en el presente, no cometamos los mismos errores. Lo aprendido a través de la pantalla no se aplica en la cotidianidad. Curioso.
Yo no pondría la mano en el fuego por Amber Heard. Lo que me sorprende es cuántos la pondrían por Johnn Depp y, fundamentalmente, me preocupan los motivos. Me pregunto si están convencidos de que Depp no abusó de Heard o si, siendo honestos, les da igual. Mi sensación es que impera el ansia de victoria en una batalla que trasciende a los actores y que se viene una década librando.